La República conservadora:
Desde 1880 hasta la asunción del poder por
el radicalismo en 1916, la política nacional fue hegemonizada por distintas
fracciones de la oligarquía, que por esos años consolidó su propiedad de la
tierra, los frigoríficos y el comercio exterior.
Bartolomé
Mitre
y Julio Argentino Roca lideraban fracciones distintas de
las fuerzas
conservadoras
que no llegaron a consolidarse en un único partido político. La misma clase
dirigente que había convocado a los inmigrantes se negaba a realizar la reforma
agraria necesaria para cumplir con la promesa de prosperidad que el gobierno
argentino ofrecía en Europa mediante una
intensa propaganda.
Los
frigoríficos, los ferrocarriles, las minas y muchas estancias serían propiedad
de los ingleses. El país importaba
manufacturas y exportaba carnes, cueros y granos. Y , como todas
las naciones cuya economía se reducía a la producción y exportación de materias
primas, su Estado quedaría de ahí en más pendiente de empréstitos y endeudado.
Dirigentes
como Vicente Fidel López y otros, censuraban desde el Club Industrial Argentino
el librecambismo a ultranza pero no tenían éxito. La década de 1880 comenzó con
el gobierno de Roca, una disociación profunda atravesaba la cultura de todas
las fracciones de la clase dirigente y de los sectores más modernos de la
sociedad: creían posible sostener el modelo económico agroexportador y al mismo
tiempo colocar al país en la senda del progreso.
La
década de 1880 fue de progreso en el marco del país oligárquico y dependiente.
En 1882 Dardo Rocha fundó la ciudad de La Plata. En 1897 creó la Universidad de
La Plata, que presidió Joaquín V. González, un político y humanista amante de
la ciencia.
Se
prolongó el ferrocarril; Roca decidió que sólo las rutas improductivas
quedarían en manos del gobierno y las productivas serían privadas. Se
instalaron los primeros frigoríficos argentinos; se intensificó la exportación
de ganado y creció muy significativamente la de granos; hubo una gran
acumulación privada y crecieron los gastos públicos, el desequilibrio
financiero y la inflación. Ofrecieron empréstitos y la Argentina los aceptó.
Sin responsabilizarse por el futuro, el gobierno engrosó la deuda externa.
La
concepción de la modernización fue estética e intelectual. En los círculos
políticos e intelectuales, como el Club del Progreso, se difundían las ideas de
Darwin, Haeckel y Spencer. Circulaban los diarios La Nación, La Prensa, El
Porvenir, La Reforma, El Ferrocarril y, también crecían las publicaciones de
los socialistas y anarquistas.
Comienza
a desarrollarse la investigación científica. Se fundaron la Sociedad Científica
Argentina y el Círculo Médico Darwiniano; Florentino Ameghino publicó Los
orígenes del hombre en el Plata y Francisco Perito Moreno, El origen del hombre
sudamericano.
Los
argentinos alimentaban la idea de superioridad argumentando que el hombre había
surgido en esta región. Intelectuales como Paul Groussac, Eugenio Cambaceres,
Miguel Cané, Lucio V. López, Julián Martel y Eduardo Wilde discutían sobre los
alcances del concepto de progreso.
Científicos
como Alejo Peyret consideraban que el avance de las ciencias físicas y sociales
disolvería la miseria; pedagogos, maestros y profesores creían que el progreso
era un efecto de la educación. Roca sostenía que el orden era la base del
progreso y advertía que el desorden no tiene cotización bursátil. Paz y
administración era su lema.
En
las últimas décadas del siglo XIX el modelo educativo liberal alcanzaba su
máxima expansión en todo el mundo.
En
la Argentina se sentía la falta de una legislación que unificara los
protosistemas escolares creados por gobernadores y caudillos y reglamentara las
relaciones entre la Nación y las provincias en materia de educación. En 1871 se
dictó la Ley de Subvenciones Escolares, que sistematizó la ayuda económica de
la Nación a las provincias.
En
1875 se dictó la Ley de Educación Común de la provincia de Buenos Aires, como
consecuencia de la reforma de la Constitución provincial de 1873. Establecía la
enseñanza primaria gratuita y obligatoria (8 años los varones y 6 las mujeres),
el gobierno escolar a cargo de un Consejo General de Educación y un director
general de escuelas, función para la cual fue nombrado Sarmiento. La
administración local estaría desempeñada por una comisión vecinal elegida por
el pueblo; las rentas escolares quedaban expresamente fijadas, lo mismo que un
fondo permanente.
En
1880 se convirtió en Capital Federal la ciudad de Buenos Aires y, en 1881 un
decreto firmado por Roca y su ministro de Instrucción Pública, Manuel D.
Pizarro, creó el Consejo Nacional de Educación. Sarmiento fue su presidente y
los vocales Miguel Navarro Viola, Alfredo Larroque, José A. Wilde y Alfredo Van
Gelderen. Las tensiones con los vocales que respondían a la jerarquía eclesiástica
provocaron la renuncia de Sarmiento, a quien reemplazó Benjamín Zorrilla.
Se
acentuaba el enfrentamiento entre la Iglesia Católica y los intelectuales y
políticos laicos, llegando a la ruptura en el Primer Congreso Pedagógico
Sudamericano convocado por el gobierno en 1882.
La oposición nacionalista católica:
Uno
de los mayores puntos de conflicto era la garantía constitucional de la libertad de cultos,
así como de la libertad de enseñar y
aprender. La Iglesia consideraba que era su derecho ejercer el monopolio religioso y pedagógico.
En
la segunda mitad del siglo XIX en Córdoba se estaba formando una fuerza
ideológica que llegaría a constituir un protopartido político nacionalista
católico y su aspiración hegemónica era extenderse a nivel nacional. Sostenía que el orden cultural sólo sería
legítimo si respondía al derecho canónigo acorde al Concilio de Trento y seguía
los lineamientos doctrinarios.
Sólo
la Iglesia Católica tenía legitimidad como educadora.
Su palabra pedagógica representaba la civilización, la moral, la verdad y el orden
social. Su labor principal era combatir al enemigo: el
ateísmo-protestantismo-judaísmo-liberalismo-positivismo-anarquismo-racionalismo
científico-socialismo.
El normalismo laicista
encarnaba todos esos males, tanto en su versión positivista como en su versión espiritualista.
Desde 1862, al fundarse el diario El Eco de Córdoba, el nacionalismo católico fortaleció su ya
importante posición en los medios de difusión. Esta corriente se extendió en
gran parte del país
y constituyó el núcleo duro
de la cultura del Noroeste.
El
aislamiento, la destrucción de los mercados internos, la falta de actividades
industriosas y la profunda base tradicionalista heredada hacían a esa región
apta para el desarrollo del nacionalismo católico. El Noroeste era un lugar
para “politiquillos y normalistas”, escribió tiempo después Manuel Gálvez en su
novela La maestra normal.
Los
jesuitas también ejercieron fuerte influencia. En Santa Fe hubo una política
secularizadora en la década de 1860, pero fue derrotada y luego se instaló
durante treinta años una estrecha relación entre los sucesivos partidos
gobernantes y la Iglesia. Tanto los colegios nacionales y especialmente las
escuelas normales tuvieron que llevar adelante una intensa lucha por la
secularización de la enseñanza y de la formación docente.
Este
enfrentamiento dio por resultado cierta diversidad:
Ø El
sustrato hispánico-católico persistió en el Noroeste
Ø En
el Litoral hubo una mayor tolerancia cultural como consecuencia de la
inmigración.
Ø En
la Patagonia, hubo una fuerte presencia la congregación de los salesianos.
A
diferencia de la cultura memorística y libresca que impulsó la Iglesia en el
Noroeste y de la modernización en la organización social que tuvo alguna
vigencia en el Litoral, los salesianos educaron para el trabajo. La población
de los colegios nacionales creció significativamente en el Noroeste, en cambio,
en los instalados en el Litoral, decreció a medida que se desarrollaban y
diversificaban las posibilidades de trabajo.
En
1882, la Iglesia sostuvo que debía llegarse a dictar una ley de educación de
aplicación obligatoria a nivel nacional. Ante la derrota de sus planteos en ese
congreso Pedagógico, su meta fue que la ley se aplicara solamente a la Capital
y a los territorios nacionales. Esta posición triunfó y las provincias quedaron
abiertas a la participación directa de la Iglesia en la enseñanza pública.
Sin
embargo, los intelectuales que militaban el catolicismo no tuvieron una opinión
homogénea. En el diario La Voz de la Iglesia expresaba a la jerarquía
conservadora y, en el diario La Unión, a los católicos liberales encabezados
por José Manuel Estrada.
La
primera de esas publicaciones se alineó totalmente con las posiciones oficiales
de la Iglesia. En la Encíclica Quanta cura de 1864 se reflejaba el pensamiento
de Pío IX en contra del naturalismo y el liberalismo. El famoso Syllabus, que
acompañaba a esta última encíclica, contenía ochenta proposiciones sobre los
errores que la Iglesia llamaba a combatir. Señalaba como enemigo principal al
liberalismo pero no al socialismo.
El Congreso Pedagógico y la legislación educativa:
En
el Congreso Pedagógico Sudamericano, realizado en Buenos Aires en 1882, la
declaración del grupo que reunía a conservadores y liberales católicos
coincidió con los lineamientos del Syllabus.
Reafirmó
a la educación como un medio para combatir las tendencias que buscaban disolver
el papel de la religión como fundamento de la moral, la familia, de la ley, de
la concordia social y de la paz pública.
Sostenían
que dicha posición se basaba en principios axiomáticos de aplicación universal
y que el vínculo con Dios quedaría seriamente dañado de establecerse la
laicidad de la enseñanza. Bialet Massé sostenía que el maestro era un delegado
del padre, educador natural por derecho divino, y que el educador era el
municipio y no el Estado.
Utilizó
una idea de municipio que, identificaba con municipalidad, como agrupamiento de
las cabezas de familia. Ese organismo debía proveer educación común. Aunque el
grupo vinculado a la Iglesia Católica se retiró, tenían coincidencias en otro
tema con un sector de los liberales laicos.
La
relación entre centralización y descentralización; el papel del gobierno
nacional, los gobiernos provinciales y las municipalidades en la educación; la
formación de los docentes y el papel regulador del Estado en el ejercicio de
las profesiones; el tipo de modalidades que incorporaría el sistema educativo
(bibliotecas circulantes, bibliotecas morales para cuarteles y cárceles,
jardines de infantes, salas de asilo, conferencias pedagógicas); cuestiones
sobre la salud y el mobiliario escolar; atribuciones del Estado sobre los
libros de lectura, fueron algunos de los temas en los cuales tuvieron coincidencias
y diferencias.
El
centralismo porteño, los rastros del modelo rivadaviano y el afrancesamiento se
notaron en algunos congresales del grupo liberal laico, mientras otros
sostenían la necesidad de un sistema parecido al que entusiasmaba a Sarmiento. Estos últimos insistían en la defensa del
papel de las municipalidades y de los consejos escolares en un sistema
educativo organizado nacionalmente.
Acercándose
a esta última posición y disintiendo con los representantes de un catolicismo
ultramontano, el católico liberal Miguel Navarro Viola propuso que se creara un
Consejo General de Educación encargado de administrar los fondos escolares.
Propuso
una articulación entre el consejo general y los consejos provinciales.
Rechazaba el reglamentarismo pero quería lograr una equilibrada combinación
entre centralización y descentralización.
Sarmiento
–ausente en el Congreso Pedagógico- criticaba fuertemente la posición católica
desde los artículos reunidos en su libro La
escuela ultrapampeana. La derrota de la posición católica antiestatista en
la década de 1880 provocó el efecto contrario que se esperaba respecto de la
injerencia de la Iglesia Católica en la vida escolar. En efecto, su presencia
se manifestó en la escuela pública en el propio discurso escolar, que incluyó
elementos religiosos en los libros de texto, en los discursos de las
conferencias pedagógicas, en las disertaciones de los funcionarios y en la
palabra cotidiana de muchos maestros.
En
los escenarios de la lucha educacional de este período se construyeron las
articulaciones más profundas del discurso pedagógico que sería dominante en la
Argentina durante más de un siglo.
El estatismo
centralizador y laico que triunfó, lo hizo sobre
posiciones conservadoras y posiciones más democráticas: la escuela sería
neutral para dar cabida a todos los habitantes en esa época de inmigración,
pero el Estado nacional lo mantendría bajo un fuerte control.
En 1884 el Congreso de la Nación debatió ampliamente y luego aprobó la ley 1.420 de educación común, laica, gratuita y obligatoria,
cuya jurisdicción abarcaría la Capital Federal y los territorios nacionales.
Se
estableció un consejo escolar en cada distrito de la campaña y en cada
parroquia de la Capital, y un Consejo Nacional de Educación. Se restó poder a
la sociedad civil para elegir a los vocales y demás autoridades de los
consejos. Los consejos escolares debían ser los nexos formales entre los
ciudadanos y el sistema escolar.
La
institución de la inspección
fue el más importante instrumento para el desarrollo de una burocracia
creciente y de un ejercicio centralizado del poder. La ley reconoce la
importancia de las sociedades populares de educación y las bibliotecas
populares y aconseja promoverlas, pero como organismos complementarios del
sistema de instrucción pública.
La escasa comprensión
de la enseñanza media
como un nivel integral
está demostrada en la falta de legislación específica. Las continuas
propuestas de reformulación
de la estructura de la enseñanza postprimaria que surgieron a fin del siglo
pasado y comienzos del presente son también un síntoma de las dificultades de la sociedad para diseñar un lugar tanto para los adolescentes como
para los sectores medios.
Durante
el período de la República conservadora se dictaron la ley de educación
primaria y la ley universitaria. En relación a la educación secundaria
solamente hubo una ley que la atendía parcialmente: la 934 de 1878, que
regulaba las formas de pasaje de los estudiantes desde las escuelas privadas a
las públicas y la revalidación de sus estudios.
En 1885 por
iniciativa del presidente Nicolás
Avellaneda, el Congreso de la Nación sancionó la ley universitaria. La ley 1579 o Ley Avellaneda establecía una forma parcial de autonomía
universitaria y, aunque en forma limitada, introducía el principio de la elección de las
autoridades por parte de la comunidad universitaria.
Establecía
algunos de los órganos de gobierno que aún conforman la universidad, tales como
la Asamblea Universitaria y el Consejo Superior. Mientras que, las funciones
legislativas, financieras y políticas estaban reservadas al Poder Ejecutivo
Nacional.
En 1905 el gobierno de Manuel Quintana
sancionó la Ley Láinez,
que autorizaba a la Nación
a instalar escuelas
de su jurisdicción en las provincias
que así lo solicitaran. Entre 1875 (Ley de Educación de la provincia
de Buenos Aires) y 1905 (Ley Láinez) quedó organizado legalmente el sistema
educativo argentino.
No
se dictó una ley general que abarcara el conjunto, lo cual trajo aparejado
muchos problemas de articulación entre niveles y modalidades. Pero, esa
insuficiencia permitió que el sistema tuviera mayor flexibilidad y que hubiera
autonomía relativa de sus partes.
La
coexistencia de sistemas educativos de diversas jurisdicciones (nacional, provincial
y privado) pudo haber enriquecido el proceso de transmisión de la cultura, de
no haber sido por la pobreza de algunas provincias, la falta de vocación social
de muchas escuelas privadas y la burocratización del sistema nacional.
Alfredo
Palacios, elegido primer diputado socialista en 1904, exigió que se legislara
en favor de los derechos a la educación de las mujeres y los hijos de los
trabajadores. Décadas después sería presidente de la Universidad Nacional de la
Plata. También defendieron los derechos a la educación de los marginados, otros
socialistas como las luchadoras feministas, Raquel Caamaña y Alicia Moreau de
Justo.
El
rumbo del sistema educativo tomado fue producto más de un déficit en la
legislación antes que en decisiones políticas conscientes, especialmente porque
ese déficit reflejó la imposibilidad de llegar a acuerdos sobre el tipo de
educación que tendrían los argentinos.
CUANDO PUBLICASTE ESTE TEXTO? LA CAGASTE CUANDO DIJISTE FEMINISTA, CASI AL FINALIZAR. LUEGO LA INFO ESTA BUENO
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